Acercarse a la tragedia huyéndole a los géneros: Los Reyes del Mundo (2022) de Laura Mora

Martín Mesa Echavarría
6 min readOct 31, 2022

La realidad colombiana con su faceta más problemática, trágica, violenta, inestable, ingenua y desquiciada, pero también con su rostro más tierno, inocente y resistente, ha encontrado una digna y honesta representación en el cine contemporáneo, refugiándose y revolviéndose, debatiendo infinitamente consigo misma en las imágenes de Laura Mora. Los Reyes del Mundo (2022) es otra muestra de ello.

Algunas ideas y temas que se imponen y exponen narrativamente en las imágenes de Matar a Jesús (2017), siguen presentes en la última película de la directora colombiana. Pero en Los Reyes del Mundo (2022) nos encontramos con una configuración distinta, el orden de los elementos cambia y altera el resultado.

En términos generales, la curva narrativa de una película suele comenzar presentando cierta estabilidad en la vida de uno o más personajes, estabilidad que luego se quiebra por algún factor, que bien puede o no ser algo trágico, este factor o situación se denomina a menudo como el “incidente incitador”.

En Matar a Jesús, el incidente incitador es el asesinato fortuito de un padre de familia. Un golpe trágico que motiva e impulsa la narrativa mediante el deseo de venganza de su hija, la protagonista. Sin embargo, en Los Reyes del Mundo nada de esto funciona igual. Sucede que el relato presenta un incidente incitador bastante distinto: una carta que lleva a cinco jóvenes desplazados a emprender un viaje por la Colombia de la posguerra hacia un pedazo de tierra prometida que deberá ser entregada a uno de ellos.

Pero para estos personajes no existe un mínimo de estabilidad, sino todo lo contrario, son nativos de la inestabilidad de su país. Es ahí cuando se invierte en cierta manera, la configuración narrativa “tradicional” y no es por capricho, sino más bien fruto de la honestidad y de la necesidad de denuncia que surge en una historia tan personal y recurrente para Colombia. Una historia que de alguna manera y en medio de todas las injusticias de las que son objeto sus cinco personajes principales, exige y brinda también cierta justicia poética a un sector de la sociedad tan olvidado como los territorios que solían habitar generaciones atrás.

Aunque no se note a simple vista, los jóvenes protagonistas deambulan en la inestabilidad desde su primera aparición en pantalla. Aunque el caos se funda con el fondo y se haga paisaje, los personajes pertenecen a una realidad decadente que nunca cuestionan, simplemente aceptan.

“Usted sabe que esta es la vida que nos tocó a nosotros, paila manito”. (“Winny”: uno de los jóvenes, interpretado por Brahian Acevedo).

Lo único que les queda es aferrarse a ese motor narrativo, esa carta que llega anunciando que la tierra será finalmente entregada, un incidente incitador que funciona de manera contraria a como lo hacía en Matar a Jesús. En Los Reyes del Mundo, este cambio, esta novedad, no desestabiliza la vida de los protagonistas, sería imposible, sino que más bien genera esperanza en medio de una incertidumbre absoluta. En realidad, a los protagonistas no les queda mucho más en sus vidas para desestabilizar, lo único que tienen es su propia amistad y la promesa que simboliza aquella carta que deben proteger.

Clasificar esta película es difícil, por no decir imposible, y aunque seguramente está categorizada como drama, es una historia que se escapa a los géneros cinematográficos. Claramente, la película explora ese sub-genero o temática que es el road movie, pero no se encasilla nunca. Estamos ante una película de piratas en un territorio sin mar. Un post-western sudamericano que por momentos gira hacia el terror. Un ejercicio de memoria histórica en un país lleno de heridas que no cierran. Un acto de justicia para las víctimas del conflicto armado quienes aún no pueden regresar a lo que un día fue su hogar. Un grito de presencia artística en el que el cine colombiano sigue encontrando su lugar más honesto: sobre la delgada línea que separa la ficción del documental.

El arco narrativo se desarrolla de manera ascendente, mediante los conflictos que van encontrando los personajes en el camino. Ese es el cuerpo de la película y de la narrativa, que eventualmente desencadena en un Climax: la llegada al objetivo utópico, al territorio prometido por la carta y negado por la burocracia que actúa tal vez como la secuencia más optimista y esperanzadora de toda la historia.

Los jóvenes saltan y bailan en la arena, clavan palos y delimitan un territorio rectangular en absoluta felicidad. Pero en una historia llena de contrastes, tanto a nivel de imagen e iluminación como de situación, pasamos inmediatamente a la secuencia final que a su vez define, bajo la luz de ciertos planteamientos teóricos, a Los Reyes del Mundo como un relato trágico.

“El carácter trágico del relato se acentúa mucho más cuando la configuración de sentido no se produce o falla. (…) cuando el sacrificio trágico o la tarea encomendada al héroe no resultan en progreso alguno”.

La euforia, el baile, la ternura y los abrazos de los jóvenes son agresivamente interrumpidos por una serie de sonidos de explosiones y aunque las imágenes aun no nos enseñan de dónde vienen, se pueden identificar como signos de presencia de la industria minera.

A partir de ahí, llegamos a una confrontación final mediante un plano-contraplano situado en tierra de nadie. Una secuencia que respira y hereda el aire de un western clásico que está a punto de concluir. Nos enteramos finalmente de que esta tierra a la que llegaron los jóvenes tiene un “patrón”, y el encargado de proteger sus intereses los insulta y los amenaza con una pistola, ordenándoles que se vayan.

La palabra“gamines” no llega sino hasta el final de la película, y da pie a los protagonistas para dejar salir lo reprimido y enfrentarse con un personaje que bien podríamos definir como rostro o símbolo recurrente de la des-balanceada e interminable guerra en Colombia, una guerra que se ramifica y que parece ya industrializada e institucionalizada en el territorio. Esta confrontación final, solo puede concluir de manera acorde a las condiciones narrativas, con la trágica muerte de los jóvenes.

Así, sus muertes, parafraseando lo citado anteriormente, se tornan trágicas al carecer de sentido o más bien al haber fallado en la adquisición del sentido, que habría sido recuperar esa tierra utópica. No existe una condición de sacrificio en las muertes de los personajes que lleve a algún tipo de progreso o de solución, en parte porque la película no maquilla nunca la realidad histórica colombiana con artificios o recursos narrativos que se verían forzados por no decir desconectados frente a las víctimas reales que viven y han vivido casos como este fuera de la ficción cinematográfica.

Un guión puede seguir o no ciertos puntos de la estructura convencional para contar una historia. Sucede por lo general, que en un relato donde existe algún tipo de redención — es decir: un triunfo, un progreso o una resolución de un conflicto — el hilo de su historia nos arrastra hasta un momento en que todo parece estar perdido. Ese es el punto máximo del Clímax, cuando ya parece que no hay escapatoria para los personajes. Usualmente es ahí donde la situación se soluciona de una manera que no nos esperamos, girando en 180 grados hacia el optimismo para recargar de sentido el sacrificio (si es que lo hay, y que puede ser o no una muerte) que hacen uno o más personajes para triunfar, o progresar en la situación.

El relato de Los Reyes del Mundo toma la dirección contraria y le hace espejo a la técnica tradicional. La narrativa nos arrastra hasta un punto en que los personajes parecen haberlo logrado, parecen contra toda adversidad haber encontrado esperanza y paz en esa tierra prometida. Pero es ahí, cuando todo parece estar resuelto, que este relato toma también un giro de 180 grados y termina de una manera que aunque conocemos como habitantes del mismo contexto, nos toma por sorpresa y nos incomoda: la muerte y la violencia motivadas por la disputa del territorio.

Para finalizar, no es la muerte de los personajes lo que acentúa el carácter trágico de la narrativa, sino más bien la condición de que sus muertes no derivan realmente en algún progreso o cambio para la situación. La violencia, la injusticia, la ineficiencia del sistema legal, la guerra y sus incontables hijos siguen presentes aunque los protagonistas hayan muerto. Esto de cierta manera configura el relato como una tragedia, pero al mismo tiempo lo presenta como una historia honesta que enciende una vela e ilumina un sector de víctimas desplazadas y asesinadas por un conflicto armado que aún respira.

1. Bou, Núria: Plano/Contraplano. De la mirada clásica al universo de Michelangelo Antonioni. Madrid: Biblioteca Nueva, 2002. Págs. 79–85

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Martín Mesa Echavarría

Director Creativo / Redactor. Magíster en Estudios de Cine y Audiovisual Contemporáneos. Investigo y escribo sobre cine.